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EL AMOR Y SUS DILEMAS. 

LAS CONTRADICCIONES EMOCIONALES Y SUS LABERINTOS. 

¿Quién desea lo que tiene? Los antiguos griegos lo tenían claro: nadie. Llegaron a inventarse una palabra para nombrar el deseo por lo que nos falta: eros. Eros encierra una paradoja dulce-amarga: la de no poder conseguir lo que ansiamos porque, en cuanto lo tenemos, dejamos de desearlo. 

El deseo es amigo y enemigo, nos conecta y nos separa, nos eleva y nos hunde, porque, como afirma la poeta Anne Carson, “Eros es un verbo”. Un verbo de movimiento que conduce a un dédalo de contrasentidos, de placeres y dolores, de paradojas emocionales. Un fuego dulce que arde por encima del bien y del mal. 

El propio mito del laberinto es un lío: el joven Teseo mata al Minotauro y sale del laberinto gracias al hilo que Ariadna le deja en prenda de amor. La princesa le salva la vida al héroe y a cambio él la abandona vilmente mientras la enamorada se echa una siesta en una playa mediterránea. Llámenlo estrategia. Ariadna no sufre nada pues la despierta Dioniso, dios del exceso y el conocimiento, que perdidamente enamorado nada más verla la hace su consorte inmortal. Llámenlo justicia divina. 

Del pobre Minotauro nadie se acuerda, claro, pero ¿y si nuestras contradicciones no fueran el monstruo marginado del amor sino las que alimentan su fuego? ¿Quién teme al Minotauro? Adentrémonos en el laberinto.